Nada tan sencillo y a la vez primoroso como un cuento porque en su misma sencillez encierra el impenetrable misterio de la universalidad. El cuento que nos deleitó y que hoy hace que deleitemos es tan universal como apátrida porque ha recorrido, a lo largo de la historia interminable, millones de kilómetros sin que casi nunca se sepa a ciencia cierta de dónde ha surgido ni si alguna vez se detendrá en lugar alguno. Obvio es que nos estamos refiriendo al cuento genuino, al cuento por excelencia, al que ha pasado y pasa de boca en boca aunque las bocas hablen lenguas diversas, pues la traducción de un idioma a otro no tropieza con dificultades verbales o métricas de ninguna clase, dado que en la mayoría de los casos carece de una redacción precisa; cualquiera que haya entendido o captado la estructura de un relato así, en un lenguaje ajeno, la transporta a su propia jerga sin dificultad alguna. Por eso el cuento, además de universal, apátrida, bohemio, itinerante y nómada, es el género literario emigrante por antonomasia que se infiltra a través de los vericuetos lingüísticos más extraños, a través de los mundos culturales más dispares y alcanza con su contenido todos y cada uno de los rincones del planeta.