Santiago Rusiñol fue un humorista genial y una personalidad deslumbrante del modernismo. Fue, además, uno de los maestros de Josep Pla, quien le dedicó un admirativo libro y estuvo presente en su fallecimiento en Aranjuez, cuyos jardines el artista, ya muy enfermo, se hallaba pintando en esa época. Porque es en su calidad de pintor –entre las numerosas actividades que practicó como teatro, novela, música, periodismo, promoción cultural y coleccionismo– como Rusiñol resulta más recordado en la sus admirables retratos y sus jardines. Pájaros de barro es una excelente muestra de las calidades de humorista irresistible y agudo observador social de Rusiñol. El libro nos presenta un divertidísimo abanico de personajes prototípicos de la época –principios del XX– a la vez que ofrece un precioso documento de la España popular y pintoresca de ese tiempo. Pero por encima de eso, Pájaros de barro, tras su comicidad, quiere ser –el mismo Rusiñol lo señala en su preámbulo– una melancólica e intemporal meditación sobre la cruel frustración a que la existencia acostumbra a someter a las siempre sobredimensionadas expectativas humanas.